La incomodidad de lo correcto

La vida es… compleja. Su complejidad se hace crudamente evidente con el pasar de los años. Es la experiencia humana. Y nada más humano que cometer errores. Entonces, ¿por qué se nos hace tan difícil reconocer cuando estamos mal? ¿Por qué se nos hace tan difícil rectificar? 

Rectificar significa “reducir algo a la exactitud que debe tener”; “modificar la propia opinión que se ha expuesto antes”; “corregir las imperfecciones, errores o defectos de algo ya hecho”; “enmendar tus actos o tu proceder”. Pueden sentirse como conceptos extraños y lejanos a la idea de desarrollo social que impulsamos como sociedad, esos estándares a los que suscribimos a quienes nos lideran, desde la política, hasta el entretenimiento. 

¿Hace cuánto no vemos a personalidades populares, figuras políticas, personalidades de las noticias y medios de comunicación reconocer que cometió un error, por qué y cómo planifica enmendar sus actos? También son humanos. ¿Cuál es el efecto que generan en sus audiencias con sus acciones? 

Lo correcto se nos hace ajeno porque hacer lo correcto no es el norte que tenemos como sociedad, por ahora. (Si lo fuese, el gobierno hubiese cerrado todo, le hubiese dado algún incentivo sólido a empresarixs, hecho pruebas diagnósticas masivas, rastreo de contactos, desde marzo 2020, y estaríamos ya fuera de esta pandemia). 

Simplemente, no operamos sobre la idea de hacer lo correcto; y muchas veces vemos cómo líderes que admiramos toman acción desde sus propias y exclusivas experiencias de vida, sesgos y deseos individuales. Provocan una disonancia entre lo que dicen ser y en lo que aseguran creer y cómo actúan.

La congruencia con los valores de una persona y su gestión ya no parecen tener que estar en armonía, porque cualquier circunstancia es justificable y validada  para un buen orador, aunque  se tergiversen expresiones y se manipulen datos. Como ha pasado durante las últimas administraciones en Puerto Rico, vemos escándalo tras escándalo, pero han sido escasísimos los momentos donde una figura prominente reconoce públicamente un error. Más bien, la actitud es de “pichea y perrea”. 

Y es que estar mal no es lo que realmente duele, es cuando lo reconoces. Es incomodísimo. Es tener que reconocer que eres capaz de ver y comprender cosas que en algún momento ni te pudiste imaginar. Y no se queda ahí. Tienes que entonces mirar el problema a la cara y decidir qué acción tomarás, si alguna. 

¿Qué dice esto sobre ti? ¿Te importa? ¿Lo vale? ¿Pides perdón? ¿Le temes a lo que deja saber sobre ti el haber llegado a esa conclusión anterior? ¿Cuáles son las consecuencias de callar y pichar, o de darle cara al error o reconocer la duda sobre la opinión que tienes sobre la decisión que tomaste? 

Con una columna así no resuelvo el mundo, pero, por lo menos, cuestiónate: ¿reconoces tus errores y honras la incomodidad antes del impacto positivo que podría tener rectificar? Reconocer los errores y rectificar, a cualquier escala y desde cualquier esquina de nuestra sociedad, nos hará mejores y nos ahorrará mucha energía mal canalizá’, y la necesitamos para problemas sociales y personales más grandes.

E.

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